lunes, 12 de septiembre de 2011

Jornada Mundial de la Juventud.

Sé que es inútil ponerle palabras a esas experiencias de la vida que te hacen vibrar, hay que asumir -al menos yo- que eres incapaz de reflejar lo que has vivido y que solo queda un triste resumen. Pero las JMJ, merecen al menos un intento, ¿no?
No pretendo explicar lo que han sido en su conjunto estos días increíbles, estos días en los que hemos sido parte de algo grande, ni defender lo que -triste e injustamente- algunos atacan con saña. Porque es algo que hay que VIVIR.
Por eso solo voy a compartir aquí cuatro pequeñas anécdotas, cuatro encuentros que fueron especiales en primera persona:


Burgos, la plaza de la Catedral abarrotada de gente durante el festival de la tarde-noche del 14 de agosto. Detrás de las vallas miles de jóvenes bailaban, cantaban, aplaudían llenos de entusiasmo. Un guapo uruguayo de casi dos metros se acerca a los voluntarios para preguntarnos si podía saltar la valla y sacar desde el otro lado algunas fotos. "Claro, hombre, pasa" responde uno. Bromeando, otro le dice que esa zona es solo para voluntarios, que tendrá que enseñarnos la "credencial de voluntario". Con una sonrisa, él se acerca la mano al cuello. "¿La credencial? Acá tengo La credencial."  Y saca una cadena de plata de la que cuelga una Cruz. "Esta es nuestra credencial".


Sol abrasador, calor abrasador, suelo y aire abrasador. Y un tesoro: con nosotros teníamos una bolsa de hielos. El mayor placer era coger un hielo y ponérselo por la cara, arrastrarlo por los brazos, meterlo en la boca... "Ahora pagaría quince euros por un hielo si me lo vendieran"dijo alguien, y todos estuvimos de acuerdo. Delante nuestro, una italiana escribía en una libreta refugiada como podía del sol. Una amiga se acerca para compartir con ella los hielos. Ella acepta agradecida. Minutos después saca una bolsa y nos regala a cada uno una pulsera de cuerda blanca y macarrones de colores pintados con la bandera de Italia. No quiso ni las gracias. Vosotros habéis compartido los hielos, era lo que teníais.

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Calles de Madrid en la noche del 17. Caminábamos a toda prisa, y yo hablaba con un joven monje de Nueva York, residente en Italia. Solo compartimos unos diez minutos de caminata y de conversación hasta llegar a nuestro destino, pero fueron intensos y tan reales que me llegaron de verdad. Grandes rasgos de su vida y de la mía, más o menos trascendentales, pero sentí que realmente somos hermanos, que entre nosotros la comunión de los santos es ya una realidad. "Esto es para ti" me dijo antes del bye! final. "Todas las noches, rezamos por todos los que llevan esta medalla" explicó poniendo en mis manos una pequeña medalla grabada. Me quedé feliz, pensativa, y sin palabras intenté agradecerle todo lo que – con tan poco- había hecho por mi. 



No puedo dejar de mencionar a mis “compañeros de aventura”, cuatro alemanes de Frankfurt  bajo cuyas esterillas -palabra que nadie sabía en inglés, conocida por tanto como the thing- nos guarecimos de la tormenta de Cuatro Vientos. Diseñamos juntos la manera de sentarse, estar de pie o de rodillas, entre esterillas para no mojarse. Ninguno estudiaba ingeniería, pero cuando se comparte lo que tienes, las cosas salen bien. O quizá sí nos mojamos, pero estábamos demasiado contentos para que nos importara. Sonrío sin querer al recordar mis traducciones al inglés, nuestra risa y nuestro silencio, sus refranes en alemán, sus gritos de alegría, su: “This is funny!”  y su sonrojo al recibir, como despedida de las horas compartidas como vecinos se suelo, los dos besos en las mejillas de tres chiquillas españolas.


P.D. Como bien me acaban de señalar... ¡también me olvidé el paraguas en Cuatro Vientos!
 - Algunas fotos de esta entrada están obtenidas de la Web.

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