viernes, 9 de septiembre de 2011

Mi beso.

Nació de una noche de insomnio en la habitación de mi hermana. Ella me enseñó a envolverlo y en un descuido suyo, yo lo mandé con un cohete, de esos que se hacen primero aplaudiendo sobre los muslos, imitando el susurro de la mecha quemándose después, y el <<pum>> final para mandarlo al espacio. Así que subió hacia el cielo, traspasando el frío de la noche y dejando tras de sí una estela tenue de luz.
El beso sabía dónde tenía que ir, lejos, muy lejos. Yo no podía llegar, pero él sí. Cruzó el cielo salpicado de estrellas demasiado rápido como para vislumbrar el paisaje y muchos, muchísimos kilómetros después descendió en picado sobre las farolas de tu ciudad. Justo antes de estrellarse contra el suelo realzó el vuelo, y con una suave voltereta se acercó a la acera y se coló por la rendija de tu portal. Subió por las escaleras y consiguió entrar en casa. Después de descansar en el recibidor, voló buscando tu habitación.
El beso te contemplo sobre la cama, con los brazos detrás de la cabeza y los párpados cerrados. Entonces recorrió tus hombros, el cuello y te revolvió el pelo. Se elevó un poco y flotando suavemente, como un copo de nieve, se posó en tus labios para fundirse por fin con un último chispeo.

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