sábado, 19 de marzo de 2011

Se me ha olvidado el paraguas.

Nunca cojo el paraguas, por eso, cuando llueve, me mojo. Y la lluvia arrastra muchas cosas, trae el frío de las nubes grises, el olor de las flores de azahar en verano, los susurros de cada copo de nieve. Llueve, y es increíble mirar al cielo y dejar que las gotas caigan en los ojos, tumbarse boca arriba y reírse del cielo gris. Escuchas las canciones que traen los truenos y el viento, y el horizonte es infinito.

Suele pasar igual todos los días: llueve de todo. Lees algo que te estremece, te cuentan una historia, encuentras repentinamente un pensamiento, o las musas inspiran un par de frases sugerentes. La lluvia también acerca experiencias, se cansa de caer, salpica las aceras, comparte las vistas de lo más alto con estrellarse en la tierra. Pinta colores cuando deja pasar la luz del sol.

Así que quiero que este blog sea las macetas encharcadas que reflejan el cielo cuando llueve: recogen un poco de todo, dos hidrógenos con su oxígeno, y mil cosas que arrastran. 

Acaba la metáfora con una foto de lo que se ve por mi ventana esos días de tormenta y el propósito de olvidar el paraguas otra vez, que nos empape la lluvia, que cale los huesos.

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